¿Por qué Vitamina K?
“Puedo
comprometerme a ser sincero, pero no me exijas que me comprometa a ser
imparcial”.
José Ortega
y Gasset
La letra K fue siempre incómoda.
Pensemos en las pobres maestras enseñando el alfabeto: tenés ante vos a un grupito
de nenes de 6 años aburridos, traviesos, inquietos, pensando más en el alfajor
que se van a comer en el recreo que en cualquier otra cosa que la docente diga,
y llegaste a la duodécima letra del abecedario español. “De kilogramo,
de kilómetro…”
Imaginate explicar esos conceptos. Las ayudaba mucho siempre el kiosco,
ésa los pibitos la entendían al toque. En los noventa apareció el kiwi
por estos lados y les salvó la vida: una fruta como naranja, banana, manzana,
frutilla. Al fin las cosas estaban en su lugar. Y aparte las dos i
de la palabrita la hacen divertida, simpática. Hasta ha logrado reemplazar al
consabido whisky o el osado clítoris ante la inminencia de las
fotografías.
Encima es tan austera. Vas al
diccionario de la Real Academia
y te encontrás con una paginita y cuarto de palabritas, algunas de ellas
rebuscadas, extrañas: kerigma, kiliárea, kéfir; la
divertida y popular kermés; la sagrada kirie;
la orientalísima kárate (sí, sí, con tilde, toda tu vida la dijiste mal igual
que yo hasta este rastreo); las
filosóficas kantiano o kantismo; la soviética kremlin;
la marítima kril; la tan radial kilohercio… Y bueno, no muchas más,
pero por ahí van.
Es literariamente elegante, erudita,
a veces elitista (depende de quién la utilice) gracias al bueno y sufrido de
Franz Kafka. Así las grandes burocracias, las oficinas insoportables,
las injusticias inexplicables, son kafkianas.
Y ya para ir al grano, valgámonos
nuevamente del enorme autor judío (a propósito, ¿sabías que murió muy joven e
inédito, y que si no fuera por la traición de un amigo al que le pidió que
destruyera su obra una vez él muerto, jamás hubiéramos leído una línea de su
genial obra? Por una vez ¿o muchas más?, la traición valió la pena), y citemos La
metamorfosis (transformación de una cosa en otra), su obra más conocida
y célebre, seguramente: un tipo amanece en su cama convertido en un insecto; no
entiende cómo ni por qué, pero es así. A partir de allí sufre todo tipo de
segregaciones por parte de su familia, la cual entendemos que algo ha tenido
que ver para que Gregorio Samsa, el protagonista de la novela, se encuentre así
ahora.
La
Argentina está
metamorfoseada. Pero al revés de Gregorio: pasó de insecto, de cucaracha, de
ser despreciado y desvalido, segregado, condenado, a persona. El cuerpo social
parecía capaz de soportarlo todo: ausencia o ruptura de derechos, represión,
matanzas, persecución, injusticia, desfalco. Y sobre todo hambre, miseria, absoluta
desprotección. Y entonces aparece un fulano del sur, virola, desalineado, campechano,
jodón, de esos que no das un mango porque sea el héroe de la película, pero sí
tu amigo (curioso, ¿no?). Y entonces opera la traición (otra vez bien habida),
pero al revés. Siempre los presidentes utilizaban al pueblo prometiendo,
engañando, comprando votos, para inmediatamente, una vez con la bandita colgada
y el bastoncito en la mano, servir a los poderes económicos. Este flaco no: por
una vez los que se quedaron vestiditos en la puerta de la iglesia y sin novia
fueron ellos. Usó el trampolín que le ofrecieron por despecho y se mandó un
clavado hermoso en el corazón del pueblo. Después vino su compañera a completar
la historia, y con ella vamos embarcados hasta donde el horizonte se dibuja.
Pero antes, la dictadura cívico
militar nos arrasó en todos los sentidos y los endebles (sobre todo ante los
poderosos) gobiernos democráticos sólo aportaron más de lo mismo, o hasta
doblaron la apuesta. Pensemos, para muestra, que tuvimos un presidente que se
jactó de haber realizado (siempre para favorecer a los terratenientes, los
empresarios y los capitales más inescrupulosos foráneos) “cirugía mayor sin anestesia”. Reflexionemos por un instante en la
crueldad, la bestialidad, el desapego por el dolor ajeno, el desprecio por la
vida que encierra la frase y tal vez entendamos un poco más qué es lo que
añoran ciertos sectores sociales y económicos de nuestra sociedad.
“CFK, los K, la ley de medios K…”
Están tan enojados. La bilis destilada desde los medios opositores, repetida
hasta el hartazgo por políticos instalados con fórceps en la consideración de
la opinión pública, cuyos atributos se inventan a través de periodistas que les
construyen sus torpes frases para que ellos sólo rematen (más torpemente aún).
El querido y tan digno Jorge Rivas,
víctima de la tan mentada inseguridad, sostuvo alguna vez que su adhesión a
este proceso que arrancó en 2003 se sustentaba más en la calidad, pertenencia,
formación e historia de quienes se oponen, que en la de los que están en la
misma vereda.
Todo
muy lindo pero… y, ¿eso de la
Vitamina K? Es una
de las vitaminas más necesarias para la subsistencia humana. Purifica la
sangre. La regenera.
Nosotros hemos sufrido un genocidio.
Tenemos ríos de sangre de la mejor derramada en pos de un país, una sociedad y
una cultura diferentes. Creemos que esta etapa de nuestra historia es
regeneradora, revitalizadora, revolucionaria en muchos sentidos. Ahí están los
jóvenes de hoy participando, involucrándose, gestando cosas para demostrar ese
accionar de la Vitamina K,
esa sangre renovada, que muchos de nosotros no soñábamos con volver a ver
(salvando momentos, distancias, dolores pasados pero nunca olvidados). Y no
miramos distraídamente hacia el costado. Tomamos partido. No somos imparciales (de allí el epígrafe) ni
tampoco seremos cómplices si la circunstancia lo amerita. Es más fácil en esta coyuntura histórica decir “no estoy ni con unos ni con otros; no es mi
pelea”. A nosotros nos encanta dar esta
pelea, que es esencialmente cultural. Nos preparamos toda la vida para darla.
Es nuestra gran oportunidad.
Queremos
abrir este espacio para todos los que quieran acompañar, coincidir, disentir.
Nos vas a ir conociendo. Y mirá que no invitamos a cualquiera, ¿eh? Sólo a las
tipas y tipos de buena madera, con buena leche, con onda, que no le temen al
compromiso; todas cositas que no se venden en el shopping, ni en el
hipermercado, mucho menos en la rural. A lo mejor en alguna vieja tiendita por
tu casa; en ese kiosquito en el que comprabas las figuritas cuando eras chico;
en el almacén que resistió todos los embates posmodernos. Fijate, en una de
esas…
A
ver: sinceridad, política, compañerismo, libros, alpargatas, solidaridad,
creatividad, locura, arte, barrio, historia, valores, rock, tango… Apretá el
botón de la licuadora y… ¡Vitamina K!